domingo, 15 de julio de 2007

INFLUENCIA DE LOS VALORES MORALES EN LA PREVENCIÓN Y TRATAMIENTO DE LOS TRASTORNOS DEL COMPORTAMIENTO DE UN MENOR.

INFLUENCIA DE LOS VALORES MORALES EN LA PREVENCIÓN Y TRATAMIENTO DE LOS TRASTORNOS DEL COMPORTAMIENTO DE UN MENOR.
INTRODUCCIÓN. ASPECTOS GENERALES
Estamos asistiendo a un aumento de los trastornos del comportamiento del menor. Está claro que el menor no tiene la responsabilidad de un adulto sino que acusa la marcha de la sociedad y es reflejo de lo que se vive en el medio en el que se desenvuelve.
Se sabe que los ambientes del hogar, escuela y social son importantes condicionantes en el futuro desarrollo de jóvenes y niños agresivos
Por ello, en la causa del trastorno del comportamiento del menor siempre tenemos que contemplar la influencia recibida de éste por los adultos, particularmente por las figuras de autoridad de su referencia: padres, educadores, médicos y gobernantes, entre otros. Tenemos que preguntarnos por el comportamiento, incluyendo los valores morales, de los, hoy en día, adultos circundantes al menor.
De esta forma abordaremos el problema desde su raíz, con lo cual podremos ejercer eficaz prevención, además de óptimo tratamiento, al no descuidar los aspectos nucleares y fundamentales, aunque no sean tan manifiestos como la transparente conducta del menor.
Los trastornos del comportamiento del menor se han relacionado con exposición a prolongadas o múltiples separaciones o amenazas de separaciones por parte de sus padres, frustraciones dentro de la familia, inestabilidad o falta de armonía en el matrimonio de los padres, madres protectoras y agotadoras, madres críticas, estrés familiar, depresión materna, padre ausente y baja clase social. Los trastornos de conducta se han relacionado con disfunciones neurológicas, hiperactividad y trastornos del aprendizaje. Se considera probable que la relación entre el trastorno del comportamiento y el trastorno del aprendizaje se deba a la adaptación o a las frustraciones derivadas del trastorno de aprendizaje. Igualmente en el caso de la disfunción neurológica dado que se ha visto que niños con trastorno neurológico en ambientes sociales más privilegiados raramente se asociaban más tarde con trastornos de conducta.
Existen estudios en los que se observa que el refuerzo regular positivo de conducta aceptable en la clase junto con consistente no respuesta a la conducta agresiva y disruptiva conducen a un dramático desvanecimiento de esta conducta y también, como consecuencia, un profesor más alegre y esperanzado, así como una atmósfera en clase más agradable. Por el contrario, irregulares admoniciones y reprobaciones sirven sólo para reforzar la pobre conducta y conducen a la atmósfera en clase ruidosa y poco amigable.
Con respecto a la prevención de los trastornos del comportamiento tenemos que preguntarnos qué sociedad estamos construyendo en la que mayoritariamente cada uno va a lo suyo, antepone sus intereses al bien social, y esto es aplaudido y condecorado socialmente.
Con respecto al tratamiento, el menor que ya se ha manifestado con trastornos del comportamiento necesita ver, en este sentido, algo diferente, a lo que, con probabilidad, únicamente ha visto.
Siempre se ha dicho en medicina y en psiquiatría, que la relación médico-paciente es curativa. Esto es extensible a los ámbitos de otros profesionales, en donde se establezca una relación entre un profesional y su receptor (así ocurriría en el caso del profesor con su alumno por ejemplo o, por supuesto, el psicólogo o terapeuta con su paciente), o de un padre o madre con su hijo, y en general cualquier adulto con una cierta autoridad sobre el niño. Tan importante es esta relación que se ha dicho que en el resultado del tratamiento de los trastornos de personalidad, influye más la personalidad del terapeuta, que la técnica empleada. Está claro que se cura con el ejemplo y con el trato favorable.
A LA HORA DE AFRONTAR A UN NIÑO CON UN TRASTORNO DEL COMPORTAMIENTO creo imprescindible dos factores: un factor externo y otro interno.
Como factor externo: siempre un trato correcto, o incluso, en casos muy graves, exquisitamente correcto, descartando aquellas conductas malas en sí mismas (como gritos, faltas de respeto, trato desconsiderado, despreciativo o agresiones); como factor interno: nada es más curativo que la buena intención, con características que enseguida veremos, del profesional o adulto hacia el niño o adolescente. Con respecto al factor externo decir que nada justifica el que el adulto o profesional tenga un comportamiento incorrecto: desprecios, minusvaloraciones del niño o adolescente, insultos, y, en general, cualquier agresión física o psicológica. Otra cosa sería que uno tuviese que recurrir a la contención, si existe un gran peligro para el menor u otras personas.
Tener en cuenta que lo que si uno contempla un trastorno del comportamiento, uno no está viendo el problema nuclear, sino que está viendo fundamentalmente las manifestaciones de un problema, que es más interno. Esas manifestaciones pueden ser graves en sí mismas, o requerir tratamiento en sí mismas, pero siempre lo fundamental, y en muchas ocasiones lo único necesario, es el tratamiento de la causa interna, que se manifiesta de esa manera. Muchas veces simplemente señalar la manifestación adversa no hace sino potenciar lo que supuestamente se quiere evitar; e igual mente al responder también con conductas incorrectas y dando mal ejemplo al menor, y respondiendo con nuestros actos con lo mismo que pretendemos evitar.
Por supuesto que esta corrección en el trato, este factor externo, tiene que ir unido, para realmente ser válido, e incluso poder mantenerse, a un factor interno, que no es otra cosa sino la ética del familiar o profesional: la vivencia de que la buena intención hacia el menor está por encima de los particulares intereses (lo que piensen el profesional en su centro de trabajo o centro educativo, la actuación más o menos esperada encaminada a la supuesta resolución inmediata de cualquier síntoma o manifestación agresiva, lo cual va en contra de un tratamiento auténtico y definitivo). Esto no es fácil dado que en muchas ocasiones se equipara actuar bien con amparar el mal cuando es todo lo contrario. Lo contrario del mal, no es lo mismo por parte del profesor o del familiar, quizá con manifestaciones más sofisticadas.
No siempre es fácil mantener esta conducta correcta, lo cual está en relación ya con el factor interno del profesional, o familiar. Cuando se detecta un trastorno del comportamiento del menor uno tiene que preguntarse qué ejemplo está recibiendo ese niño del entorno. En este sentido, cuando se detecta un trastorno del comportamiento del menor, requieren tratamiento él y la familia y, de forma deseable, los educadores y el resto del entorno.
Cualquiera de los profesionales que se encuentre con un niño con un trastorno del comportamiento, ahorrará tiempo si ve la realidad y se encamina a mejorarla sin dilación, no entreteniéndose en pensar que eso correspondía a otra persona, que quizá, acertada o desacertadamente, no lo hizo. Si no se asume esta realidad, lo que cada uno puede aportar para solucionar el problema, se entretiene pensando que el niño tendría que estar educado y los padres también, el asunto sin duda se iría complicando y seguirá pasando a nuevos escalones y hasta es posible que pudiese llegar, si nadie lo atiende, a la cárcel.
ENFOQUE DEL TRATAMIENTO DEL TRASTORNO DE COMPORTAMIENTO EN DIFERENTES ÁMBITOS:
1) ESCUELA. Dentro de las funciones del maestro o profesor está la de educar al menor. El profesor educa o deseduca con su comportamiento, con su forma de comportarse y de afrontar lo que ocurra en clase. Si existe un niño con un trastorno del comportamiento en clase, todos los alumnos se beneficiarán de que el profesor haga lo que pueda por la educación de ese niño. No es cierto de que la clase se vaya a beneficiar de que sólo emita quejas al respecto o de que falte al respeto al niño. No sería buen ejemplo para los demás tratar de quitarse el problema de encima, ya que estar educado no consiste sólo en estar bien externamente sino que fundamentalmente consiste en tener buena actitud hacia todas las personas. El trato, por parte del profesor, siempre tiene que ser correcto, con un objetivo claro de hacer el mayor bien que se pueda hacia todos (tener claro este objetivo será de gran ayuda, ya que no se trata de encaminarse a la comodidad de la mayoría, dejando de educar lo fundamental de su persona, y dejar al niño con trastornos del comportamiento sin la ayuda o sin el ejemplo que necesita). El niño con trastorno del comportamiento es posible que sea más sensible que los demás y sin duda responderá a la conducta del profesor.
Se trata de facilitar y guiar el crecimiento de la persona con su individualidad propia, desde la realidad, desde la situación en la que se encuentra cada uno, sin descartar del ámbito de acción a ningún niño dado que si no se trata aun niño con un trastorno de conducta y sólo se le expulsa de un medio, el problema no hará sino incrementarse y ese niño se hará un adulto agresivo con probabilidad. La aceptación al alumno como persona con un potencial tiene que ser sin condiciones. Esto facilitará la desaparición de las conductas agresivas.
La actitud más implicada en esta situación es el objetivo hacia el que se dirige el profesor con su actuación con cada alumno, así como una visión amplia del asunto. El objetivo no debería perderse nunca, pase lo que pase. El objetivo siempre tiene que estar en la mente del profesor, lo cual le llevará a no hacer nada con otro objetivo, como por ejemplo defenderse a sí mismo. El que sea o no un buen maestro dependerá en gran medida de eso. ¿En qué piensa el profesor cuando por ejemplo es insultado?, ¿en sí mismo o en el niño? Si quiere ser eficaz tiene que pensar siempre en el niño y curiosamente haciéndolo se beneficiará incluso a sí mismo mucho más. Salvaguardando su ego no hará sino hacer lo que hace una gran mayoría inútilmente. Frases como "esto no se puede consentir", "esto es intolerable", tendrían que estar fuera de su lenguaje porque realmente no solucionan nada, sino que, sin duda, empeoran.
2) SERVICIOS SANITARIOS. Los factores psicológicos influyen en el desarrollo de todas las enfermedades y en algunas de ellas esta influencia es mayor.
Por eso, como dice López-Ibor: "... cualquier médico en su práctica cotidiana, habrá de tener en cuenta los aspectos psicosociales de sus enfermos, a menos que quiera ser sólo un mal veterinario...".
No es habitual que en la medicina tradicional se atiendan los factores psicológicos. López-Ibor analiza con acierto los motivos de rechazo a la inclusión, dentro de los programas de las facultades de medicina, de los programas de prevención de enfermedades y promoción de la salud recomendados por la Declaración de Edimburgo (Federación Mundial de Educación Médica, 1988): la aducción de que no se sabe lo suficiente del tema, considerándolo un tema trivial y de corta vida, que sólo sirve para irritar y "que carece de la aureola de la evidencia científica".
La contemplación de los factores psicológicos en el caso de la asistencia sanitaria está muy en relación con la ética del profesional sanitario.
3. FAMILIA. LOS PADRES: QUÉ PUEDEN HACER ANTE LA DETECCIÓN DE UN HIJO CON TRASTORNOS DEL COMPORTAMIENTO. La naturaleza da avisos y lo mejor que puede hacer uno es atenderlos. Ante un trastorno del comportamiento, tanto los padres como los profesionales tienen que tener en cuenta la influencia de los padres.
Al hablar de educar a los hijos se suele pensar en qué decir y hacer en la tarea de educar. Efectivamente, hay técnicas mejores pero lo fundamental, y lo que orienta todas ellas, es la propia vida de cada uno de los padres, siendo esto precisamente lo que más cuesta. Es fácil intentar cambiar a otro pero lo difícil es cambiar uno mismo.
Si un padre pretendiese mejorar la educación que brinda a sus hijos comenzaría preguntándole cómo enfoca su vida, en el terreno laboral, con sus amistades y en general en cualquier ámbito.
Una persona crece más como persona cuando actúa en conciencia y se dirige a aportar el máximo bien común, tanto en el terreno laboral como en otros, incluso, aunque esto le cause un esfuerzo con respecto a su propia imagen, dado que pueden existir presiones que vayan en otra línea menos eficaz, aunque quizá más aparente. El cubrir las propias necesidades materiales nunca es una buena guía mirado desde una perspectiva amplia. Es preferible poner la seguridad en la propia actuación bien dirigida y según el propio criterio, con lo cual se abarcan todos los factores. Por esta vía me extrañaría que quedasen sin cubrir los factores materiales, y además abarcaría otros muchos factores fundamentales. Sin embargo, queriendo garantizar lo material se descuidan otros factores, además de no ser el fruto de nuestro trabajo tan beneficioso en el mejor de los casos, o claramente perjudicial en la mayoría, aunque sólo sea por omisión.
Si un padre quiere mejorar la conducta de su hijo, no puede perder este objetivo de la mente en ningún momento, además de, por supuesto, mejorar su actitud de vida que es fuente de ejemplo. Deberá eliminar todo lo que no vaya en este sentido, todo lo inútil. Deberá ir a la raíz de los problemas y sobre todo en un sentido positivo, con afecto y aceptación incondicionales. Si el hijo grita, el padre podría perder el rumbo de su actuación y gritar también. Si lo hace o ha hecho debe reflexionar sobre ello, preguntarse qué buscaba en ese momento, ¿su orgullo? Eso es lo que tiene que eliminar, y no vale disculparse diciendo que no se le pueden consentir ciertas cosas precisamente para educarle. Así, a la fuerza, no se modifican las conductas. Si esa persona se sobrepusiese a su imagen y buscase el bien real del hijo seguro que se encontraría mejor. Lo único que tendría que perder sería una falsa autoimagen de perfección, que no le llena por ser superficial y que sólo serviría para atarle y esclavizarle. Si es capaz de sobreponerse a ella, renunciar a ella por el bien de su hijo, se encontrará con la sorpresa de una mayor felicidad.
En cuanto a aspectos más concretos, yo diría lo siguiente con respecto a la educación de los hijos: intentar fomentar lo positivo, observar la conducta, observar la conducta que queramos cambiar, intentar ver e incidir sobre la causa de ello. En líneas generales, para tratar la causa de un problema de conducta en un niño, generalmente, no nos equivocaremos con afecto del bueno, realmente encaminado al bien del hijo con el respaldo de nuestra propia vida, y aceptación sin condiciones hacia el hijo. La aceptación, si es condicionada, no es saludable, tanto si es aceptación por una conducta superficialmente buena como si es no aceptación por una conducta superficialmente mala. La aceptación, así como el amor, no puede estar supeditada a lo que la otra persona haga. Si esa persona actúa mal precisamente estará necesitada de más amor, y no sería sano rechazarla en ese momento. La aceptación, sólo si el niño es o se porta de tal forma, al igual que podría ocurrir entre adultos, no es en absoluto saludable. La persona, aunque sea un niño, necesita sentirse libre para actuar, no condicionada. Tanto el que no es aceptado por su mala conducta como el que es aceptado por su obediencia, por adaptar su conducta a los deseos de los demás, están sufriendo un daño. Y yo diría que incluso más el segundo. La aceptación mejor es sin condiciones. Otra cosa, por supuesto, es que la persona ya no pueda hacer más en un asunto. Lo deja no por no aceptar a los implicados, sino por creer honestamente que ya ha hecho lo que podía. Sin embargo, siempre estará dispuesto el que acepta a ocuparse si algún cambio le hiciera ver que puede hacer algo. No está cerrado como el que no acepta, porque no lo tolera y no se guía por una buena intención.
Los padres, al igual que los niños, además de actitudes, pueden tener patologías en las que estén implicados otros factores como los biológicos. La actitud colabora en la buena marcha de todo absolutamente y no es incompatible con otro abordaje, sino que, por el contrario, ayudaría a acercarse a recibirlo si fuera necesario.
A veces nacen niños con limitaciones personales, como trastornos de aprendizaje, incluyendo cálculo, lecto-escritura, nacen niños con retraso mental, niños hiperactivos con dificultades en la atención. Por supuesto que en todos estos casos están influyendo factores biológicos, no sólo psicológicos ni ambientales. Sin embargo, por supuesto que la actitud colabora en la buena marcha de esto. Es posible que a un niño con una limitación se le haga la vida imposible si no se le acepta con esa limitación y se pretende que sea como los demás en ese aspecto. Lo que comienza siendo una dificultad mínima se complica con el rechazo y la no aceptación de los padres, y por supuesto, todo esto complica el cuadro y no sabemos a dónde podría llegar. Lo mismo ocurre cuando el niño por su especial biología o constitución tiene problemas de conducta. No es infrecuente que se formen círculos viciosos entre la agresión del niño y la poca aceptación por parte de los padres, lo cual es una agresión grave al niño que necesita aceptación, con lo que la agresión crece en vez de disminuir. Independientemente de que exista una patología física y por supuesto que se pueda beneficiar del tratamiento correspondiente, la actitud, en este caso fundamentalmente de los padres, la cual transmitirán a sus hijos, jugará un papel muy importante.
La primera actitud que habría que trabajar sería la aceptación de esa limitación. Que el niño tenga una limitación no quiere decir que no valga para nada. En absoluto y además, por el contrario, las limitaciones también tienen su función y su sentido, abren a mundos diferentes y también enseñan cosas y se desarrollan otras habilidades. Para aceptar esa limitación nada mejor que aceptar cada padre a sus hijos como son. Cada niño es diferente, cada niño tiene sus especiales cualidades y cada padre hará bien en guiar la vida de ese niño tal como es. Si no lo guía como es, sino que pretende que sea de otra forma, o pretende imposibles, que tenga más de esto o de lo otro, le hará un gran daño.
Cada niño con su especial combinación de cualidades y limitaciones es único, no hay otro igual. Muchas veces, muchas personas refieren que han logrado grandes cosas precisamente gracias a sus limitaciones, o sea que éstas pueden tener una utilidad clara. Una persona que haya sufrido por ejemplo siempre puede ser más sensible y comprender mejor al otro si lo intenta. Lo fundamental es guiar al niño y encaminarlo para que llegue a ser lo mejor que puede llegar a ser, no como no es o el mejor del mundo. Muchas veces una persona adulta dice que él es así porque nació así. Sabemos que nos hemos hecho como somos en este momento pero, desde luego, eso no abarca todas nuestras posibilidades. No sabemos cuál es la mejor versión de nosotros mismos y sería bueno conseguirla. Las mejores actitudes nos irán haciendo que lo consigamos, y las peores actitudes, que nos alejemos, que no nos conformemos con lo que tengamos, que queramos más de esto o de lo otro y menos de lo de más allá y en definitiva que no le veamos un sentido a nuestra particularísima y única forma de ser. Las versiones óptimas de una persona, el llegar a ser el mejor uno mismo posible, siempre serán una maravilla por muchas limitaciones y pocas cualidades que se tengan, porque sin duda, lo que más limita es una mala actitud.
RESUMEN:
El tratamiento del trastorno del comportamiento está muy en relación con la conducta de los adultos con los que ese menor se relaciona. Está claro que el adulto tiene que mostrar modelos válidos para el menor, no sirviendo la simple represión de la conducta alterada. La visión del adulto sobre esta manifestación así como la conducta que adopte al respecto está en relación con sus actitudes en la vida y valores morales.
Los trastornos del comportamiento no son más que una manifestación de un problema. Dentro de los factores tratables que influyen en la salud del menor y en su comportamiento está sus actitudes en la vida o valores morales. Los adultos son los responsables de transmitirle estos valores.
Los valores morales facilitan al menor modelos válidos de identificación y factores válidos de motivación, con lo que tenderán a desaparecer por sí solos los trastornos de conducta más propios de una falta de rumbo o falta de enfoque acertado de la vida y de los problemas.

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